. MUJER CON CALAS
En
una feria de las Naciones compré una María, así se llama esta cerámica, mujer
indígena, regordeta, pelo negro, recogido, ojos aindiados y las manos llenas de
calas. La
miro encantada en la mesita del living donde la coloqué. -Por
algo te elegí- pienso. Y agrego: - parece que te escapaste de un cuadro de Diego
Rivera. La
mujer de cerámica tiene la mirada perdida y por supuesto no dice nada. Su
silencio es el silencio de la raza – me digo. Callaron
desde el principio y después ya no
supieron hablar. Por
eso sus niños padecen hambre, enfermedades; sus abuelos, olvido. Ellos,
trabajos con paga insuficiente. Entonces
imagino el despertar de cada mañana. El trabajo duro, las penitas más
abundantes que el pan escaso… Y de pronto estoy allí, entre ellos. Soy una más.
Yo también mujer indígena, pelo negro, recogido. Vivo
en Chiapas. Mi padre amaneció enfermo. Hay que transportarlo hasta el
hospitalito. El “profesionalista” ni nos habla. La enfermera nos dice que los
medicamentos no llegaron… que nada pueden hacer… que mejor confiemos… Y
regresamos. La resignación es una constante. Al atardecer, parece que el abuelo
se recupera. Pero la noche y sus fantasmas se lo llevan.
Los
hombres lo transportan al pequeño cementerio, tan viejo!, con tantas cruces!…
Las mujeres vamos silenciosas, detrás. Los niños acompañan. Algunos muy
pequeños, no entienden. Los mayorcitos ya incorporaron el silencio, la
resignación. Al
regresar, cada uno volverá a su trabajo, para que la vida siga. ¿la vida?... A
la mañana siguiente lleno mis manos de calas para el abuelo. Y, ante su tumba,
le pido que ruegue a Diosito y a Nuestra Señora de Guadalupe que se lleven
nuestras penas, que se cumplan nuestros sueños… Cae
la tarde. Yo vuelvo a ser yo y mi cerámica, mujer indígena, regordeta, de pelo
negro, recogido y calas en las manos, está allí, en la mesita del living, con sus penas de quinientos años y sus sueños ancestrales.
LILIANA CERINO